RELATOS DE VERANO: MANERAS DE ABRAZAR EL MUNDO: RELATO 1: LUZ
Luz
Luz tenía tan solo veinte años y aguardaba temblorosa al pie de la cama, en la noche de bodas
llevando un casto camisón blanco de gruesa tela, que no dejaba entrever nada. Su cabello moreno
caía en una larga melena sobre su trémula espalda blanca.
Durante la fiesta había bailado con todo el mundo, como si siempre hubiese estado
casada. El músico la observaba preguntándose de dónde salía tanta energía y sintiendo
la certeza de que la noche sería suya. Se desnudó con tanto mimo como se había vestido
con las primeras luces del alba, colocando las prendas con cuidado como si no
fuesen suyas.
Se estremeció con el roce de la seda de la camisa sobre el tambor de su pecho y cuidadosamente quitó los gemelos de los puños, desprendió la orquídea del ojal y se la entregó a Luz, que le sonrió con sus leves comisuras.
Ella miró su cuerpo desnudo de joven ansioso y viajero sin apasionamiento, diseccionándolo con la mirada, hasta que estalló en una sonrisa nerviosa y dijo:
-Así que esto era todo.
El lo negó y se dispuso a interpretar su obra maestra sobre las cuerdas recién tensadas, sobre su nueva vida que sonaría como un arpa acariciada por el viento con manos sabias de pajarero y besos de arroyo sobre la piedra.
Los susurros se arremolinaron sobre las sábanas de organdí, como un lamento de flauta, acompañada de frases de algún varonil piano que murmurase pequeñas órdenes, y fuese seguida por un violín que se estremecía bajo la yema de cada dedo. Certeros zumbidos de contrabajo en la voz del músico marcaron el tempo, rítmicamente, logrando que la flauta inicial creciese hasta convertirse en una risueña trompeta, derramándose hacia tonos de sensual saxofón que se apoderaron por completo de la pequeña habitación de hotel cuando Luz se abandonó sin miedo a nada ni a nadie-, y rebosaron por la ventana hacia la calle, cuando les sorprendió los primeros rayos de sol. Conforme iba avanzándoles el sol sobre su horizonte, amplios conductos, iban conduciendo los exuberantes sonidos, que se derramaban hacia la más amplia variedad de registros y tonalidades, como agua estancada que largo tiempo ha querido desbordarse y encuentra por fin su cauce primigenio, sin orden ni concierto hasta llegar a hacerse oceánicas. Así ambos se forjaron de nuevo, con la materia primitiva y salvaje de que está hecha la vida.
Luz tenía tan solo veinte años y aguardaba temblorosa al pie de la cama, en la noche de bodas
llevando un casto camisón blanco de gruesa tela, que no dejaba entrever nada. Su cabello moreno
caía en una larga melena sobre su trémula espalda blanca.
Durante la fiesta había bailado con todo el mundo, como si siempre hubiese estado
casada. El músico la observaba preguntándose de dónde salía tanta energía y sintiendo
la certeza de que la noche sería suya. Se desnudó con tanto mimo como se había vestido
con las primeras luces del alba, colocando las prendas con cuidado como si no
fuesen suyas.
Se estremeció con el roce de la seda de la camisa sobre el tambor de su pecho y cuidadosamente quitó los gemelos de los puños, desprendió la orquídea del ojal y se la entregó a Luz, que le sonrió con sus leves comisuras.
Ella miró su cuerpo desnudo de joven ansioso y viajero sin apasionamiento, diseccionándolo con la mirada, hasta que estalló en una sonrisa nerviosa y dijo:
-Así que esto era todo.
El lo negó y se dispuso a interpretar su obra maestra sobre las cuerdas recién tensadas, sobre su nueva vida que sonaría como un arpa acariciada por el viento con manos sabias de pajarero y besos de arroyo sobre la piedra.
Los susurros se arremolinaron sobre las sábanas de organdí, como un lamento de flauta, acompañada de frases de algún varonil piano que murmurase pequeñas órdenes, y fuese seguida por un violín que se estremecía bajo la yema de cada dedo. Certeros zumbidos de contrabajo en la voz del músico marcaron el tempo, rítmicamente, logrando que la flauta inicial creciese hasta convertirse en una risueña trompeta, derramándose hacia tonos de sensual saxofón que se apoderaron por completo de la pequeña habitación de hotel cuando Luz se abandonó sin miedo a nada ni a nadie-, y rebosaron por la ventana hacia la calle, cuando les sorprendió los primeros rayos de sol. Conforme iba avanzándoles el sol sobre su horizonte, amplios conductos, iban conduciendo los exuberantes sonidos, que se derramaban hacia la más amplia variedad de registros y tonalidades, como agua estancada que largo tiempo ha querido desbordarse y encuentra por fin su cauce primigenio, sin orden ni concierto hasta llegar a hacerse oceánicas. Así ambos se forjaron de nuevo, con la materia primitiva y salvaje de que está hecha la vida.
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